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El COI: Un híbrido entre negocio y ONG rumbo a los Juegos Olímpicos de París 2024 | EL PAÍS

Una de las últimas decisiones de Juan Antonio Samaranch padre al frente del Comité Olímpico Internacional (COI) fue catalogada por muchos como un emotivo acto de simetría: en mayo, nombró a su hijo, Juan Antonio Samaranch Jr., como miembro de la asamblea olímpica, lo que generó acusaciones de nepotismo. Varios expertos en olimpismo comentaron que numerosos integrantes del COI le advirtieron que la designación de su hijo podría perjudicar su reputación y la del COI; sin embargo, Samaranch se mostró indiferente, como era habitual en él. “No me importa”, afirmó.

Han pasado 23 años desde la jubilación de su padre en la misma Moscú en la que fue elegido presidente, y donde el ya presidente Vladímir Putin le condecoró con la más alta distinción rusa, y de su entrada en el movimiento olímpico, y Juan Antonio Samaranch júnior busca públicamente, quizás por estrategia electoral, distanciarse de la herencia de su padre, pero no puede negar que el organismo que desea presidir los próximos años no sería lo que es sin la revolución desarrollada por Juan Antonio Samaranch sénior durante sus 22 años (1980-2001) de presidente COI. Así lo resumió su vicepresidente querido, y frustrado sucesor, el canadiense Dick Pound, cuando le pidieron su epitafio: “Heredó una organización insolvente, desorganizada y no universal, y la convirtió en universal, bien financiada y respetada por las organizaciones políticas del mundo. Manejó situaciones como China-Taiwán, Sudáfrica, el boicot soviético a Los Ángeles y la desintegración de la Unión Soviética y Yugoslavia. Al buscar la universalidad, tuvo que tomar decisiones. Hizo entrar a algunas personas que no estaban tan familiarizadas con los valores éticos que todos deseamos. ¿Mereció la pena el precio? Fue complicado, pero mereció la pena. Se deshizo de esas personas y mantuvo la universalidad”.

Samaranch padre, viejo falangista de camisa azul cuando concejal de Deportes del ayuntamiento de Barcelona en los años 50, luego presidente de su Diputación, Delegado Nacional de Deportes (actual cargo de presidente del Consejo Superior de Deportes), miembro del COI desde 1966, más que un tránsfuga acomodaticio fue un verdadero maestro de la realpolitik comercial, maquiavélico, decían sus rivales y no podían disimular su admiración, y, ya muerto Franco, primer embajador de España en la Unión Soviética desde 1936. “Utilizo la política para beneficiar al deporte, no a la inversa”, explicaba para fundamentar teóricamente su concepto germinal de universalidad olímpica, y en la práctica acabó con los boicoteos que entre Moscú 80 y Los Ángeles 84 amenazaron con acabar con los Juegos Olímpicos para siempre. Mantuvo el boicot a Sudáfrica en los años del apartheid y al Afganistán talibán, pero logró que se organizaran unos Juegos en Seúl, Corea del Sur, después de negociar con Corea del Norte, acabó con la exclusión de China, y hasta logró organizar unos Juegos en Pekín. Los Juegos de Barcelona por él impulsados se consideran piedra angular del despegue del deporte español, acabó con el amateurismo que dejaba fuera de los Juegos a los mejores deportistas del mundo, creó el programa TOP de patrocinio con el que comercializó en exclusiva el símbolo de los cinco aros, una de las marcas más exclusivas del mundo, y dio consistencia institucional a todo el entramado, y consolidó el liderazgo ideológico del olimpismo en el deporte mundial por encima de las federaciones internacionales, liderando la creación del Tribunal Arbitral del Deporte y de la Agencia Mundial Antidopaje.